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No blasfemes, oh poeta | Mille et tre

Balánida | Monta sobre mí como una mujer

Por cierto la mujer gana | Aunque no esté parada

Mille et tre

Mis amantes no pertenecen a las clases ricas,

son obreros de barrio o peones de campo;

nada afectados, sus quince o sus veinte años

traslucen a menudo fuerza brutal y tosquedad.

 

Me gusta verlos en ropa de trabajo, delantal o camisa.

No huelen a rosas, pero florecen de salud

pura y simple. Torpes de movimientos, caminan sin embargo

de prisa, con juvenil y grave elasticidad.

 

Sus ojos francos y astutos crepitan de malicia

cordial, y frases ingenuamente pícaras,

a veces sazonadas de palabrotas, salen

de sus bocas dispuestas a los sólidos besos.

 

Sus sexos vigorosos y sus nalgas joviales

regocijan la noche y mi verga y mi culo,

a la tenue luz del alba sus cuerpos resucitan

mi cansado deseo, jamás vencido.

 

Muslos, alma, manos, todo mi ser entremezclado,

memoria, pies, corazón, espalda y las orejas,

y la nariz y las entrañas, todo me aturde y gira:

confusa algarabía entre sus brazos apasionados.

 

Un ritornelo, una algarabía, loco y loca,

más bien divino que infernal, más infernal

que divino para mi perdición, y allí nado y vuelo

en sus sudores y sus alientos como en un baile.

Mis dos Carlos; el uno, joven tigre de ojos de gata,

suerte de monaguillo que al crecer se embrutece.

 

El otro, galán recio con cara de enojado, me asusta

sólo cuando me precipita hacia su dardo.

 

Odilón, casi un niño y armado como un hombre,

sus pies aman los míos enamorados de sus dedos

mucho más, aunque no tanto del resto suyo

vivamente adorable... pero sus pies sin parangón,

 

frescura satinada, tiernas falanges, suavidad

acariciadora bajo las plantas, alrededor de los tobillos

y sobre la curvatura del empeine venoso, y esos besos

extraños y tan dulces: ¡cuatro pies y una sola alma, lo aseguro!

 

Armando, todavía proverbial por su pija,

él solo mi monarca triunfal, mi dios supremo

estremeciéndose el corazón con sus claras pupilas

y todo mi culo con su pavoroso barreno.

 

Pablo, un rubio atleta de pectorales poderosos,

pecho blanco y duras tetillas tan chupadas

como lo de abajo; Francisco, liviano cual gavilla,

piernas de bailarín y buen florín también.

 

Augusto, que se vuelve cada día más macho

(era bastante chico cuando empezó lo nuestro),

Julio, con su belleza pálida de puta,

Enrique que me cae perfecto y que pronto, ¡ay! se incorpora al ejército.

 

Vosotros todos, en fila o en bandada,

o solos, sois la diáfana imagen de mis días pasados,

pasiones del presente y futuro en plenitud erguido:

incontables amantes ¡nunca sois demasiados!

Verlaine

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