« paul verlaine | No blasfemes, oh poeta | Mille et tre |
I No blasfemes, oh poeta, y recuérdalo siempre: La mujer es deseable, tirársela está bien. Aunque obeso es su culo la prestigia bastante Y yo lo he saboreado alguna vez. Ese culo y las tetas, qué refugio amoroso, De rodillas la abrazo y lamo su rajita Mientras mis dedos hurgan el anillo de atrás... Y los hermosos pechos, impúdicamente perezosos. Y desde ese culo, sobre todo en la cama sirve como almohadón, o resorte eficaz para que el hombre penetre en lo más hondo del vientre de la mujer que ama. Allí mis manos, también mis brazos y mis pies se apaciguan: tanta frescura y redondez elástica son un sagrario apetecible donde el deseo renace fugaz y solapado, prometiendo juveniles proezas. Pero, ¿cómo comparar ese culo bonachón, ese culo rechoncho, más práctico que voluptuoso con el hombre, flor de alegría y estética, y proclamarlo vencedor? “Eso está mal”, ha dicho el amor. Y la voz de la historia: |
“Culo del hombre, alto honor de la Hélade y divino adorno de la Roma verdadera, y aun más divino en Sodoma, muerta y martirizada por tu gloria.”
Shakespeare olvida pronto la gracia femenina de Ofelia, de Cordelia y de Desdémona para cantar en versos magníficos que un tonto ha denigrado, del cuerpo masculino su triunfo celestial. Los Valois enloquecían por los machos, y en nuestra era la aburguesada y femenina Europa a su pesar admira al rey Luis de Baviera, ese rey virgen cuyo corazón solamente por los hombres palpita. La carne, también la carne de la mujer proclama el culo, la verga, el torso y el ojo del arrogante Casto. Por todo ello, oh poeta, ya lo ha dicho Rousseau, Es necesario a veces apartar a la dama.
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