« paul verlaine | No blasfemes, oh poeta | Mille et tre |
XI Aunque no esté parada lo mismo me deleita tu pija que cuelga -oro pálido- entre tus muslos y sobre tus huevos, esplendores sombríos,
semejantes a fieles hermanos de piel áspera, matizada de marrón, rosado y purpurino: tus mellizos burlones y aguerridos
de los cuales el izquierdo, algo suelto, es más pequeño que el otro, y adopta un aire simulador, nunca sabré por qué motivo.
Es gorda tu picha y aterciopelada del pubis al prepucio que en su prisión encierra la mayor parte de su cresta rosada.
Si se infla levemente, en su extremo grueso como medio pulgar el glande se dibuja bajo la delicada piel, y allí muestra sus labios.
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Una vez que la haya besado con amoroso reconocimiento, deja mi mano acariciarla, sujetarla, y de pronto
con osada premura descabezarla para que de ese modo -tierna violeta- el lujoso glande, sin esperar ya más, resplandezca magnífico;
y que luego, descontrolada, la mano acelere el movimiento hasta que al fin el "peladito" se incorpore muy rígido.
Ya está erguido, eso anhelaba ¿mi culo o concha? Elige dueño mío. ¿Quizás una simple paja? Eso era lo que mis dedos querían...
Sin embargo, la sacrosanta pija dispone de mis manos, mi boca y mi culo para el ritual y el cul...to a su forma adorable de ídolo.
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