« paul verlaine | No blasfemes, oh poeta | Mille et tre |
X Por cierto la mujer gana haciendo el amor semidesnuda, y mucho más si el camisón que lleva por único atuendo
tiene la expresa función de un velo corto, insinuando muslo y pantorrilla, teta y nalga y la vulva, un tanto gigantesca.
Gana sin descubrirse del todo, salvo la concha, lo único divino para el coito o la mineta, y lo demás en ella es vano.
Considerando así la cosa, esa falta de proporciones, esos blancos y rosas excesivos podrían llegar a convencernos. En cambio, un hombre joven, sacerdote de Eros o neófito, se ve favorecido en su belleza cuando ama totalmente desnudo.
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Admiremos esa carne espléndida que se diría inteligente, vibrante, intrépida y también tímida y, por un gran privilegio sobre toda carne -femenina o bestial- la verdadera belleza, la fascinante gracia de ser múltiple bajo la piel,
juego de músculo y de huesos, pulpa apretada, suave tejido, ella interpreta y hasta completa toda ocurrencia sentimental.
Colérica, se excita, y alternativamente dura y blanda, preocupada en gozar hacer gozar se tensa y distiende en el amor.
Y cuando sea tocada por la muerte, esa carne que yo endiosé habrá de fijar augusta sus elementos en mármol azul.
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